No queremos ser más esta humanidad: A propósito de (trans)feminismos desde la periferia

Foto: The Oxford Blue - UK
         "La Enredadera" es un espacio de opinión abierto a todas las defensoras de derechos humanos.
         Los puntos de vista aquí presentados no necesariamente coinciden con los de la IM-Defensoras.
Artículo de Ninoska Alonzo,
Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras
10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos

En los últimos meses, la discusión sobre lo trans y el feminismo se ha elevado significativamente. Tras el confinamiento por una pandemia que cambió nuestras vidas, fue cada vez más común encontrar en redes sociales fuertes controversias sobre si las personas trans podrían ser parte de las agendas feministas o si el sujeto político del feminismo sigue siendo la mujer. La discusión, impulsada en redes sociales -casi siempre- por las feministas jóvenes, devela dos cosas importantes en la construcción del movimiento feminista, o más bien una paradoja: aunque esta discusión lleve décadas instalada en las tertulias de mujeres y feministas, las más jóvenes tenemos una amnesia severa, un borrado de la memoria histórica sobre los aportes que han hecho quienes llevan décadas pensando -y haciendo- para desmontar el patriarcado. No obstante, si bien las feministas lesbianas y negras2 han construido narrativas importantes desde el boom de la liberación sexual de la posguerra, la narrativa hegemónica ha sido dirigida por un feminismo que no ha sido capaz de cuestionar las prácticas y discursividades heteronormadas que persisten en nuestra manera de concebir el sujeto mujer. 

Esto ha tenido un impacto significativo a la hora de construir agendas que atañen a las personas trans. Si bien es válido -y necesario- reconocer que la historia de las mujeres es otra, que nuestra memoria corporal ha acumulado procesos distintos a los de los hombres desde una posición histórica nuestra basada en la dominación, afirmar que esto constituye a las mujeres cisgénero (o sea, aquellas a las que se nos definió como mujeres al nacer y nos sentimos cómodas con esa identidad) como las únicas capaces de crear el proyecto político feminista nos hace correr el riesgo de reafirmar el biologicismo heredado por el hecho colonial. No solo se trata de un peligroso debate sobre derechos humanos -es decir, sobre las identidades de las personas trans y no binarias- sino de cuerpos que son tan desechables como los nuestros, los de las mujeres cisgénero. Como afirma Sayak Valencia:

A las mujeres trans y de género diverso no sólo se les mata como mujeres, con una saña sexual desbordante, sino que se les mata también socialmente por desobedecer el mandato biologicista de resignarse a vivir en un cuerpo cuyo género ha sido asignado médicamente y con el cual no se identifican, con lo cual se les borra del mapa conceptual de lo posible y de lo enunciable.3

Por muy abstracta que esta discusión parezca al principio de estos párrafos, impacta en vidas humanas muy concretas. Solo en lo que va del año 2020, desde la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras se han registrado 4 asesinatos de mujeres trans defensoras de los derechos de las personas LGBTIQ+. Se trata de Luz Clarita Zúniga, Scarlett Campbell, Cristal López y Mía Colluchi. A Luz Clarita la asesinaron el 1 de mayo en La Ceiba. A Scarlett la asesinaron el 10 de julio en el centro de Tegucigalpa. Ese mismo mes, 18 días después, asesinaron a Cristal, nuevamente en La Ceiba. Y el 8 de noviembre asesinaron a Mía Colluchi en Playa Negra. Todas se habían organizado para defender sus derechos más elementales y los derechos de sus compañeras. 

Cuatro mujeres trans que se organizaron en algún momento de su vida y fueron asesinadas en menos de un año -sin contar a las demás mujeres trans no organizadas-, en un país tan pequeño como Honduras, da luces de un genocidio de baja intensidad. Vidas desechadas, estigmatización y cuerpos asesinados con crueldad son solo una parte de la escena que (sobre)viven las mujeres trans cotidianamente. Las mujeres trans, como las demás mujeres en condición de despojo por culpa de este patriarcado genocida, viven existencias caracterizadas por mucha pobreza, mucha precariedad, a la que se suma un rechazo sistemático de casi toda la gente. Cuando se escribe sobre estas cosas, sobre los dolores de esta hondureñidad y este mundo tan difícil que toca (des)vivir, una siempre quisiera terminar cada reflexión con algo más alentador. En esta ocasión, resulta casi imposible. El patrón de agresión contra nuestras compañeras trans es siempre el mismo: casi nunca da chance de siquiera denunciar los peligros y amenazas previas al asesinato. 

Escribo desde el privilegio cisgénero. El privilegio que muchas veces nos resulta incómodo a las mujeres cisgénero, porque pues sí, también sufrimos mucha violencia, mucho dolor, mucha precariedad y mucho miedo. Pero esto no es una competencia de quiénes sufrimos más; se trata de todo lo contrario: hay una historia común entre mujeres -trans o cis- de violencia, despojo y dolor, provocada por el patriarcado. Y el privilegio de mi condición cisgénero radica en poder escribir estas letras sin temor a que, al terminar de escribirlas, la sociedad me obligue a entrar a un baño al que no quiero, o que el médico que me atienda no me trate con la dignidad que toda persona merece, o a vivir toda la vida con un nombre que no es el mío. 

Al ver en nuestros registros a estas 4 compañeras defensoras asesinadas entre mayo y noviembre del 2020, ante la impotencia y la rabia que produce, hay un pensamiento que surge: la urgencia de un proyecto político feminista común, que no asuma la cuestión trans como un apéndice o como una agenda separada de las luchas feministas por desmontar al patriarcado y los mandatos del capital que a estas alturas busca preservar la propiedad privada mediante un mandato heterosexual que ya no podemos estar dispuestas a cumplir. Juntarnos, interpelarnos, cuestionar nuestras narrativas y apuestas, el heterosexismo -porque está ahí, en todas partes, aunque digamos que no-, es más preciso que nunca. La ternura, tan ausente en las calles vacías y en las cadenas nacionales que reflejan una y otra vez el carácter genocida de este Estado, debe ser el pilar fundamental que nos junte, porque como dicen las compas trans, es tiempo de dejar de ser esta humanidad.

1 Frase poderosa acuñada por la artista trans argentina, Susy Shock.
2 Desde hace décadas, las feministas lesbianas han cuestionado si el sujeto lesbiano es -o no- mujer, en un esfuerzo importante por superar el dimorfismo biológico impuesto por el patriarcado moderno colonial. A esto se suma el invaluable aporte de las feministas negras y una perspectiva de clase que han hilvanado con mucha lucidez. Para referencias más profundas sobre el tema, puede consultarse a Monique Wittig, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid: Editorial EGALES, 2006; Ochy Curiel, La Nación Heterosexual: Análisis del discurso jurídico y el régimen heterosexual desde la antropología de la dominación, Bogotá: Brecha Lésbica, 2013; bell hooks, El feminismo es para todo el mundo, Madrid: Traficantes de Sueños, 2017; o Yuderkys Espinosa Miñoso, “No ser mujer o la disyuntiva lesbiana”, glefas.org, octubre de 2007; entre otrxs.
3 Sayak Valencia, “El transfeminismo no es un generismo”, Pléyade (Santiago), no.22, diciembre de 2018.
Ninoska Alonzo y Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras

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